El tiempo, generado por el aislamiento social o cuarentena, se nos ofrece ahí, generoso, totalmente disponible para la reflexión, generalmente vedada por las urgencias no siempre necesarias de la vida cotidiana.
Así es como un día, sin decidirlo, nos encontramos con nosotros mismos, nos animamos a explorar nuestras ideas y nos ponemos hacer cosas por gusto nomás, sin ningún motivo ni finalidad, sin un porque.
Como ahora en mi caso, que se me da por escribir, pero hasta ahí no es ninguna sorpresa, escribo habitualmente, sin motivo, catarsis quizás, despliego toda mi imaginación, mi furia, mi violencia, una descarga saludable diría. Pero también se me dio por escribir sobre mis sentimientos, temita que habitualmente prefiero no desempolvarlos mucho para que no se desencadene una especie de reacción en cadena, tipo bomba de neutrones. Y como si esto fuera poco, muy a pesar de mis rejas culturales, se me dio por compartirlos, he aquí la novedad, poniéndome en un estado de desnudez vergonzante, pero ahí va.
Es el temor del sentimiento que te hablo, siento temor.
Como la mayoría de las personas tengo temor de lo que me pueda llegar a pasar, que se vuelve palpable al saber que en el mundo el 10% de los afectados por el COVID19 somos los trabajadores de la salud. La vida es una llama tenue, que sufre la paradoja de estar siempre amenazada por el mismo aire que la mantiene y hoy me parece que ese aire sopla más fuerte. Con la misma paradoja nos aislamos físicamente de nuestros afectos que son los que nos mantiene vivos, lo hacemos para mantenernos vivos. Queremos huir del pestilente virus amenazante, sin saber si lo escondemos dentro para multiplicarlo en nuestra cobarde huida. Siento temor por lo que me pueda llegar a pasar a mí, a los míos, a los demás, quiénes a su vez, soy yo. Por eso te pido que te quedes en casa.
Mi temor es sereno, racional, no me deja otra chance que actuar donde tengo que estar, hacer lo que tengo que hacer. La vida me dio un oficio, médico, el temor se vuelve precaución y formación, el temor escapa de la histeria y de la banalización, se vuelve teoría, acción y praxis. Como todo oficio, el mío es estar donde tengo y quiero que estar, con la particularidad que ese lugar está donde nadie quiere ir. Es hacer lo que debo y necesito hacer, con quien no tiene esa posibilidad. No es heroísmo ni temeridad, es asistir, contener, con temor y precaución, a quien tiene la peste, a quien cree tenerla, a quien tiene miedo de tenerla y a todo aquel que ya su llama está sin fuerzas. Esta situación nos vuelve tan iguales, que por momentos los personajes se me confunden, quizás siempre fue así. Creo que por eso tengo temor y la necesidad de compartir mi temor con vos, para pedirte que te quedes en casa, te cuides, me cuides.
La peste nos muestra la precariedad de la existencia humana, nuestra vulnerabilidad, pero la vulnerabilidad no es igual para todos. En ocasiones vivimos ciegos en un mundo injusto donde para muchas personas no cambió nada, ya que la amenaza vital es cosa diaria donde no existe la posibilidad de protegerse, no hay con qué. Pedirle al olvidado que se cuide, que nos cuide, parece cínico. Obliga a una reflexión sobre el rol cotidiano que jugamos como seres humanos ante esta balanza adulterada y saber si tenemos la valentía de repararla. Por eso me animo a decirte que no somos ajenos a esto.
Siento temor. Un temor extraño, ya que no altera mi serenidad, no es un miedo inmovilizador. Al contrario, me moviliza, es un temor que no me detiene. Quizás sea el momento de que el temor se vuelva acción, para terminar con la abundancia en medio de tanta miseria, para reflexionar y cuidarnos de las injustas inequidades que infectan nuestra comunidad.
Dr. Pablo Francisco Parenti
23 de marzo del 2020
Rosario, Argentina.
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